
Otro día más en la jungla de cemento,
atendiendo lo impuesto, derrotando al impositor.
Tus ojos se derrumban, marchitos y exhaustos
como maleza en el sendero, pajarillo en las tinieblas,
sucumbiendo ante el imponente peso de la noche.
Mientras el medio vaso lleno sufre ante su realidad,
el vacío anhela su esperada cita,
su secreta reunión con su fría amante,
pequeña gigante, corazón de madera.
Llega el ansiado momento,
arribando en la habitación del pensamiento y de los cantos,
se acalla el llanto, sensual e íntimo instante, solos ella y tú.
Desesperado, impaciente, buscas tocarla y seducirla a toda costa,
recurriendo a medios no convencionales,
mano alzada y terribles golpes, manoseo constante,
buscando entonces la mutua conexión.
Ella suena impaciente, desorientada,
como si sus cabellos tensionados fuesen a rasgarse de la presión,
mientras su redonda y frágil silueta es maltratada,
por el apasionado ejecutor de tales prácticas.
El sueño se va concretando, en un estado de frenesí,
directos contactos; cuerpo a cuerpo, mente a mente, en mutua comunión.
Solo existe ése instante, dulce armonía, amor constante,
locos de atar al momento de entonar mutuos deseos.
Aquel instante se esfuma como el humo del cigarrillo,
lento, incesante, después de un satisfactorio deseo cumplido,
deseos de antaño, de lugares ficticios.
El tipo vuelve a su realidad, el día a día en su triste escenario,
abandonando a su amante, la muda y la guarda,
hasta su próximo encuentro imaginario, de arte y encanto,
donde espera ver millones de cantos buscándolo, anhelándolo,
a él y a su preciada amante.-
